En las ciudades de África, donde la urbanización crece a ritmos vertiginosos y las brechas de infraestructura son profundas, los gobiernos enfrentan un reto doble: cómo garantizar la movilidad urbana para millones de personas y cómo hacerlo de forma equitativa, segura y sostenible. La respuesta, cada vez más, apunta hacia la digitalización de los sistemas de transporte. Y aunque los desafíos son distintos, los paralelismos con América Latina –y especialmente con México– resultan reveladores.
La movilidad urbana está determinada no solo por la disponibilidad de medios de transporte, sino por su seguridad, accesibilidad y confiabilidad, factores condicionados por la planificación urbana, las inversiones públicas y las decisiones tecnológicas. En muchas ciudades africanas, la falta de integración y modernización de las redes de transporte ha dejado a millones sin opciones viables, en especial a mujeres, jóvenes, personas con discapacidad y comunidades marginadas.
El caso de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, es ilustrativo. A través de su red de Transporte Público Integrado (IPTN) y su aplicación MyCiTi, los usuarios pueden planear rutas, comprar boletos y seguir la ubicación de los vehículos en tiempo real. Es un ejemplo de cómo la tecnología puede mejorar significativamente la experiencia del usuario y la eficiencia del sistema, aun en contextos de restricción presupuestaria.
Infraestructura inteligente: más allá del pavimento
Hoy, la infraestructura de transporte ya no se limita a carreteras y vehículos. La integración de tecnologías como el Internet de las Cosas (IoT), la inteligencia artificial y la analítica de datos está transformando la manera en que los sistemas viales operan.
Según el Banco Mundial, las soluciones digitales pueden aumentar la eficiencia del transporte público hasta en 20 %, reducir costos operativos y contribuir a una disminución del 15 al 25 % en las emisiones de gases contaminantes.
En países como México, donde las zonas urbanas concentran casi el 80 % de la población, la presión sobre el sistema vial es inmensa. La Comisión Nacional para el Uso Eficiente de la Energía (CONUEE) estima que más del 40 % del consumo energético del sector transporte se da en las ciudades, gran parte derivado del uso individual del automóvil.
“La movilidad urbana no puede seguir operando como un conjunto de piezas aisladas. La infraestructura digital es lo que permite entender, coordinar y mejorar todo el ecosistema. Solo cuando los datos fluyen de forma continua entre vehículos, usuarios y autoridades podemos aspirar a sistemas verdaderamente eficientes y equitativos”, señala Alfredo Del Mazo Maza, especialista en políticas públicas.
Uno de los aspectos centrales de la transformación digital del transporte es su capacidad para cerrar brechas históricas de acceso. La infraestructura vial tradicional ha actuado muchas veces como un obstáculo para poblaciones vulnerables. De hecho, en América Latina, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) reconoce que los sectores de menor ingreso enfrentan trayectos más largos, menos seguros y más costosos.
Al respecto, Del Mazo Maza precisó que la digitalización permite identificar estos puntos críticos y reconfigurar rutas y frecuencias en tiempo real.
“El uso de datos abiertos y sensores, por ejemplo, permite a los planificadores detectar zonas de congestión, accidentes o baja cobertura, y actuar con mayor rapidez”, explicó.
A pesar de los beneficios, el cambio hacia un modelo digital de transporte enfrenta barreras importantes. En África –y también en México– las restricciones fiscales, los altos costos de materiales y la inflación han dificultado la expansión de infraestructura física, y mucho más la digital.
Aun así, países como el Reino Unido han demostrado que, con una estrategia de largo plazo, la digitalización puede ser una herramienta poderosa para rediseñar la red vial. El programa Digital Roads de National Highways, por ejemplo, planteó una hoja de ruta de 30 años para digitalizar la infraestructura carretera, enfocándose en metas como cero emisiones y cero muertes viales.
“Lo que aprendemos de estas experiencias es que no basta con modernizar partes aisladas. Se necesita una visión de sistema, donde el transporte deje de ser solo movimiento físico y se convierta en flujo de datos, decisiones e innovación”, afirmó Del Mazo.
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