Dulce María Sauri, Pedro Joaquín Coldwell y Enrique Ochoa Reza
Hace un año, tres expresidentes del Comité Nacional del PRI emprendimos una batalla para defender a nuestro partido. Durante ese lapso, hemos vivido en carne propia las consecuencias de un arrebato antidemocrático.
No concluía el conteo de las urnas cuando la dirigencia nacional convocó a una Asamblea Nacional, realizada semanas después. No importó que aún estuviera en marcha el proceso electoral, cuyos resultados fueron altamente desfavorables para nuestro partido. Importaba eliminar obstáculos que impidieran la reelección de su dirigencia.
Impugnamos esa decisión ante el INE y el Tribunal Electoral por considerarla ilegal en fondo y forma. El INE nos dio la razón. Pero el Tribunal Electoral, por mayoría de 3 a 2, entregó el partido a quien lo controla unilateralmente.
Como era de esperarse, recibimos amenazas y descalificaciones por ejercer nuestra libertad de expresión, y uno de nosotros, Enrique Ochoa, fue ilegalmente expulsado de nuestra organización política.
La historia no terminó ahí. Acudimos nuevamente al Tribunal, y en esta ocasión ?también por votación de 3 a 2? se nos reconoció el derecho a disentir, se protegió la libertad de expresión y se restituyó la militancia de Ochoa.
Este precedente protege a otros disidentes de cualquier organización política de una expulsión injusta. También le pone un freno a las tentaciones de censura o intimidación de los liderazgos partidistas.
Se lee en la sentencia de la Magistrada Janine Otálora, respaldada por las Magistrada Presidenta Mónica Soto y el Magistrado Reyes Rodríguez:
«Es válido sostener que la libertad de expresión en el debate político constituye el cimiento de cualquier sistema democrático».
Este triunfo de la razón sobre la fuerza y la exclusión nos lleva a levantar la voz como ciudadanos, también militantes de una organización política, en este momento decisivo de México.
La Oposición partidista actual está fragmentada. Peor aún, se observa la intención de algunos de sus liderazgos ?real o simulada? de tratar de resolver en el extranjero lo que compete solamente a los mexicanos.
El respeto a la soberanía nacional y la no intervención son pilares básicos de nuestra política exterior pues provienen de lecciones históricas dolorosas. Quien busque la intervención extranjera siempre se equivoca. Debería preguntarse: ¿qué está dispuesto a conceder a cambio?
Toda democracia necesita una Oposición real. Una que se sustente en principios, propuestas y proyectos de nación. Las ambiciones personales, el chapulineo y las puestas en escena para obtener impunidad no son suficientes para enfrentar la coyuntura actual.
El consenso ha sido el objetivo central de todas las reformas electorales desde la de 1977, que abrió los cauces a la participación democrática de la izquierda, a la fecha.
En todas ellas, la mayor responsabilidad de lograr los acuerdos descansó siempre en el partido en el poder. La construcción del consenso nunca fue sencilla; requirió una visión y un compromiso de Estado que siempre fue más allá de las ventajas electorales para los que, en la coyuntura, eran los más fuertes.
¿Tendrán ellas y ellos, los de ahora, la altura de miras para ejercer esta responsabilidad de Estado con la apertura que exigieron ?y obtuvieron? cuando eran Oposición claramente minoritaria?
El partido en el poder tiene los votos para imponer una Reforma Electoral sin diálogo ni consenso. Nacería muerta para la democracia. Hay oportunidad para corregir el rumbo, pero no hay tiempo que perder. El reloj de arena de la vida democrática del país se escurre hacia su extinción.
La reforma electoral debe garantizar la participación política libre, plural y pareja.
Una de las críticas a los gobiernos populistas es que utilizan la democracia para llegar al poder y luego la dinamitan para permanecer en él. ¿Será esa la huella histórica que deje el gobierno actual?
El otro camino es claro: apertura, diálogo y reconocimiento de que mil cabezas piensan mejor que una. El corazón de la democracia es la negociación.
Frente a este contexto es vital unir a todas las voces: ciudadanía, sociedad civil, académicos, funcionarios electorales, líderes de opinión y partidos políticos. Hay que discutir y comunicar ampliamente el tamaño del reto ?pero también de la oportunidad? para la vida nacional.
México debe cimentar una Reforma de Estado ?y no solo electoral? moderna, incluyente y convincente. Solo así podrá enfrentar con solidez otros desafíos nacionales ?como la inseguridad o los retos comerciales? con la fuerza que da la pluralidad democrática.
Alentados por la experiencia reciente, nos atrevemos a plantear los elementos básicos que, a nuestro juicio, debe garantizar una Reforma de Estado auténticamente democrática:
Defender el derecho de todas y todos a participar en la vida pública. La disidencia de manera alguna puede ser motivo de persecución. Reducir el costo de las elecciones, pero mejorar su confiabilidad y supervisión ciudadana y profesional.
Eliminar la sobrerrepresentación legislativa por fraude a la ley que hoy distorsiona la voluntad popular. Cerrar la puerta a la violencia en cualquiera de sus formas, incluyendo las elecciones. Evitar que el dinero ilícito contamine los procesos democráticos.
Bloquear la cooptación de candidaturas por el crimen organizado y garantizar la seguridad de las y los ciudadanos que participan en los comicios. Corregir los excesos y errores de la reciente Reforma Judicial. Blindar la autonomía del INE y fortalecer la imparcialidad del Tribunal Electoral.
México enfrenta un momento decisivo. Es hora de fortalecer instituciones, abrir el diálogo y construir una Reforma de Estado con visión de futuro. La democracia requiere compromiso y valor. Sumemos para defenderla.
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